Nº 45:Darwin: Ciencia y Fe en conflicto

Fuente: observatoriobioetica.com


La lectura de la vida un científico siempre es interesante, pueden encontrarse rasgos, formas de ver las cosas, actitudes frente a lo desconocido que nos ayudan a comprender mejor la labor desarrollada en la ciencia. En el caso de Darwin este interés es aún mayor por las consecuencias que entrañan la teoría de la Evolución, enunciada en El Origen de las Especies y en El Origen del Hombre, para la comprensión de los inicios de la vida sobre el planeta y en particular la diversidad de formas vivientes (especies) y el lugar que ocupa el hombre en dicho desarrollo. La interpretación antropológica y moral que daría Darwin a su teoría, expuesta en su misma obra, muestra los momentos en los que, sin reserva, acepta la existencia de un Creador hasta la postura final, como agnóstico, de considerar al hombre como un primate con funciones más especializadas, simplemente para la conservación de su propia especie. La doble efemérides que se celebra este año de 2009, segundo centenario de su nacimiento y los ciento cincuenta años de la publicación del Origen de las Especies, nos dice que la obra publicada corresponde a la plena madurez del investigador donde el rigor y la solidez de sus observaciones se ve contrastada por un cambio en sus convicciones, debido a factores no científicos como expondremos más adelante. Cuando embarca Darwin en el Beagle, el 21 de Diciembre de 1831, cuenta con 22 años y un doble antecedente de estudios inconclusos: dos años de Medicina en Paris, residiendo en casa de su tío y futuro suegro, y tres de Teología para hacerse pastor anglicano. Para ese entonces, Darwin había sufrido una gran pena, la muerte de su madre, que tras una penosa enfermedad muere en 1817 y que por los estudios recientes de John Bowlby (psiquiatra infantil y psicoanalista) en su biografía, marca el inicio de una serie de trastornos físicos y psíquicos que estarían presentes en su vida de adulto y que el mismo Darwin registraría y describiría pormenorizadamente, acorde a su carácter de observador e investigador. Al finalizar el viaje en el Beagle en 1836, pasa dos años ordenado sus notas y reflexionando sobre la necesidad de formar una familia. Su espíritu meticuloso y pragmático lo lleva a poner por escrito las ventajas e inconvenientes del matrimonio, llegando a la conclusión de “No se puede vivir esta vida solitaria, con una vejez renqueante, sin amistad, ni calor, ni hijos, ni quien te mire a la cara, ya con arrugas.-No importa confíate a la suerte- mantente bien atento – Hay muchos esclavos felices”. En definitiva, el 29 de Enero de 1839, contrae matrimonio con Emma Wedgwood, mujer de cualidades poco comunes, es rica, sabe varios idiomas: francés, alemán e italiano, practica varios deportes, alumna de Federico Chopin y que además le dará diez hijos, para contribuir al mantenimiento de la especie. Su carácter de observador le lleva, de manera sistemática, a describir los gestos y las expresiones que ve en su primer hijo William y, por supuesto, compararlos más adelante con los de los simios, mostrando sus semejanzas. Este plácido transcurso de su vida se ve alterado por sus achaques de salud, aumentando su angustia al comprobar que son muy similares a los padecidos por su madre y culmina con la muerte de su hija Annie a la edad de diez años, lo que desencadena la incredulidad que ya venía fraguándose desde antes de casarse y que por respeto a su esposa, profunda creyente y que encontraba consuelo en su fe, no la había declarado. En 1858, Darwin recibe una comunicación dirigida por Alfred Wallace, otro naturalista, que siguiendo sus propias investigaciones llegaba a conclusiones parecidas, esto le llevó a acelerar la publicación de su trabajo, de manera que de los cinco volúmenes que pensaba escribir, solo aparece uno: El Origen de las Especies, al que se referiría el mismo Darwin como su “resumen”. Este encuentro de dos investigadores con la misma teoría, tendría dos finales distintos. Al ser expuesta la teoría de la evolución (como la bautizarían más tarde) y ver las consecuencias filosóficas y religiosas, que erróneamente, extrajeron de ella, Alfred Wallace desistió de su investigación mientras que Darwin mantuvo su postura agnóstica. De esta situación no hay mejor corolario que la carta que le escribe su esposa Emma: “Me parece también que la dirección de tu investigación te puede inducir a ver las dificultades principalmente de una parte y que no tienes nunca tiempo de pensar y estudiar los puntos oscuros de la otra parte. Pero no creo que tu consideres tus puntos de vista como definitivos. ¿Acaso no es propio de las Ciencias Naturales el no creer nada que no sea demostrable y no se estará dejando influir tu espíritu por la costumbre del pensar científico también en otras cosas que no se pueden demostrar? Yo diría incluso que es peligroso abandonar la idea de la Revelación, aunque, por otra parte, no existe, dado el temor a la ingratitud de rechazar algo que fue hecho para nuestro bien y el del mundo entero. Esto te debería hacer más prudente y llevarte a temer que tal vez no te has esforzado lo suficiente para buscar la verdad”. Darwin no guardaba las cartas, pero esta si la conservó y sobre ella escribió:”Cuando esté muerto sabrás que muchas veces besé estas palabras y lloré sobre ellas”. Como una paradoja para las ideas de Charles Darwin, sus restos descansan en la abadía de Westminster.