Nº 44: Vicisitudes de la diéresis


Por Rubén Echague 
Artista plástico y crítico de arte santafecino.



Con el auge arrollador de la informática que, como era de esperarse, proviene de países del Primer Mundo que no son precisamente los de habla hispana -determinante en la pronunciación de mi apellido -, suele resultar inhallable en el teclado de la omnisapiente computadora.
Esto provoca que la mayoría de las veces la dificultad se zanje omitiendo el estrafalario signo ortográfico de tan engorrosa localización, lo cual me hace sentir "como un pinguino en una tienda de antiguedades, sumergido por una cigueña sin verguenza en un paraguero lleno de unguento".
En circunstancias tales, debo confesar que envidio la suerte de Güemes y de Güiraldes -y hasta la de Hölderlin, por más que este último provenga de latitudes tudescas-, ya que, si bien ninguno de ellos pudo gozar de las bondades de la computación, por lo menos se ahorraron esta afrenta.
Pero mi fastidio se convirtió en estupor cuando comprobé que varios jóvenes-algunos de ellos muy versados en informática, por supuesto-, al indicarles yo que mi apellido se escribía con diéresis, dieron indicios incontestables de ignorar de qué les estaba hablando.
En todos los casos, y poco menos que avergonzado por mi aclaración, que sonaba como una vaga pedantería, me apresuré a reemplazar el pomposo apelativo de "diéresis" (del griego "diainsis": separación) por su versión plebeya: "dos puntitos sobre la u". Pero ni aún así creo que logré disipar la perplejidad de mis interlocutores.
¿Será que cuando los maestros debían enseñar que la diéresis es de uso imprescindible para marcar que en las sílabas "güe" y "güi" debe pronunciarse la "u", AMSAFÉ (Asociación del Magisterio de Santa Fé,N. del E.) decretó un paro sorpresivo? ¿O será que algún inesperado llamado que ingresó al celular del educando le impidió prestar oídos a la lección que estaba impartiéndole en ese preciso momento el educador? ¿Es posible que en las descomunales mochilas que nuestros escolares arrastran por las calles- siempre me intrigó saber qué tan voluminoso es lo que se traslada hoy en día en esos sonoros "vehículos de conocimiento"-, no haya lugar para dos míseros puntitos cabalgando sobre la vocal "u"?
Se nos eseña que el idioma es un organismo vivo, y existen varias recientes incorporaciones a la lengua coloquial empleada por nuestros adolescentes que así lo confirman. Una de ellas es el prefijo "re", que antes denotaba repetición -como en "re-cobrar"-, pero que ahora se antepone generosamente a cualquier vocablo, en especial a los adjetivos, con finalidad aumentativa, y para enfatizar el grado de eminencia alcanzado: "Ayer estaba rebajoneada, pero hoy estoy refeliz, porque lo que me dijo Maxi me regustó y pienso que lo reamo". Claro está que una pintora amiga mía, bastante sarcástica, por cierto, deslizó el chiste de que en un restaurante alguien encargó "repollo", pensando que se trataba de un pollo de dimensiones y cualidades excepcionales.
La otra adquisición, que por lo visto ya se ha instalado definitivamente en el habla juvenil, es la muletilla "boludo" y "boluda", que chicos y chicas se intercambian sin discriminación de género, intercalando el término, machacona y mecánicamente, cada cinco o seis palabras: "Yo fui a tu casa, boludo, pero vos no estabas. Hablé con tu vieja, boludo, ¿qué querés que haga? Yo no sabía, boludo, que vos no querías que le dijera que estabas con Nari, boludo". A lo que el muchacho responde: "Pero si vos sabías, boluda, que mi vieja a Nari la odia".
Lengua de mis abuelos, lengua mía,
nada iguala tu música sonora,
ni tu dulce cadencia donde mora
cual en Castalia fuente, la armonía.
Esta cuarteta, anticuada y académica si las hay, la memoricé en épocas en que la pedagogía no condenaba la memorización como una práctica bárbara, inconciliable con los derechos del alumno -corría el siglo pasado, claro-,y cuando a la señorita Zulema tampoco le parecía ocioso contarnos que "Castalia" es el nombre de una fuente ubicada al pie del monte Parnaso, y que está consagrada a las Musas.
Es que si -como se nos enseña- "el idioma es un organismo vivo", tal vez sea responsabilidad de todos, pero muy especialmente de nuestro sacrificado personal docente, la tarea indelegable de nutrirlo y robustecerlo, en lugar de dejarlo debilitarse y sucumbir exangüe (¿o exangue?).

Fuente: Fundación Pro Música de Rosario- Anuario 2006