Nº 33: La cruz


por el  P. Ramiro Pellitero
Instituto Superior de Ciencias Religiosas-Univ. de Navarra

 Periódicamente rebrota en nuestra Europa laicista el intento de eliminar la cruz de los ámbitos públicos. Se argumenta con el derecho a la libertad religiosa, que no debería privilegiar un signo de una religión particular en los espacios que pertenecen a todos, y donde los miembros de otras religiones, o de ninguna, pueden sentirse o dicen a veces sentirse molestos. Parece que hay un interés particular en quitar el crucifijo de las escuelas, como si se temiera un “adoctrinamiento” pernicioso y subliminal de los niños y de los jóvenes.

Sin embargo la cruz está presente en la cultura europea y americana, y en otras culturas, desde hace muchos siglos. Quien quisiera arrinconarla, tendría que renunciar a todo lo que ella significa, quiera o no. Tendría que tapar y acallar tantas obras de arte y signos de cultura, que se quedaría prácticamente con nada. La cruz está no sólo en las iglesias sino también en caminos, fiestas e instituciones, expresiones linguísticas y hasta en el trasfondo del calendario por el que nos regimos: ¿qué significa contar el tiempo antes y después de Cristo? ¿Qué significa que las semanas se dividan por los “domingos”?

Por lo demás, la cruz no es el único símbolo religioso y cultural que es común encontrar en la vida civil, dependiendo de los lugares. En muchos países abundan los símbolos propios de las religiones que están en el corazón de sus culturas. Y esto es natural, porque entre religión y cultura hay una estrecha relación. Y quien pretende suprimir las manifestaciones de la religión en la cultura, acaba por imponer la dictadura de su propia religión o visión irreligiosa de la vida, que puede llegar a ser terrible como la historia reciente enseña.

¿A quién puede molestarle la cruz? A quién no conozca su significado o lo rechace por motivos ideológicos. La cruz es signo de paz y reconciliación. Su palo vertical recuerda la dimensión trascendente del hombre (que no es sólo un amasijo de moléculas, porque tiene alma); y su palo horizontal representa la dimensión terrena de la persona, que se extiende desde el centro para abarcar a todos los pueblos, razas y culturas.

La cruz es signo de totalidad, plenitud y solidaridad, fuente de verdadera fortaleza, serenidad y consuelo. En nombre de la cruz se hace diariamente el bien a millones de personas en el mundo. La cruz no puede –no debe– ser esgrimida contra nada ni contra nadie; y si esto sucedió en la historia, fue por una equivocación y un olvido de Aquel que dio a la cruz su más pleno significado. Porque la cruz no la inventaron los cristianos. Pero por los cristianos ha venido a representar en nuestros días el mayor anhelo de los hombres: la unión y el perdón, los deseos de paz y reconciliación que alberga la familia humana.

Ciertamente, para los cristianos, el crucifijo es signo de redención, esto es, de santidad, que es lo mismo que decir de la justicia que sólo Dios puede traer. Hacer “la señal de la cruz” es aceptar el orden exterior e interior querido por Dios (en la inteligencia, en la voluntad, en los sentimientos) e implorar que la bendición divina llene la vida y proteja a los hombres de los peligros que les acechan, a veces inventados por ellos mismos.

Pero este significado cristiano no se impone a nadie. Sólo se ofrece libremente. Como un signo de que el mal –la codicia y la avaricia, las injusticias y las guerras, la discriminación de los más débiles y de los pobres– no tiene la última palabra. La cruz es como una indicación de que el dolor –físico o moral– no es un absurdo: una realidad que, si no pudiera quitarse o disminuirse, pretendería legitimar la supresión de quien dice no estar dispuesto a sufrirla, en carne propia o ajena.

En último término, la cruz sugiere que la muerte puede ser fruto y consecuencia del amor (cosa que es así de hecho para muchas personas, también no cristianas). Que la muerte no es un punto final que, en el fondo, deja sin sentido la vida. Y a los desheredados de este mundo, que no han encontrado en él la justicia, la cruz les puede recordar que les queda aún la esperanza de una vida diferente, donde el amor no sea una palabra desgastada y manipulada.

El Chasqui
Córdoba, 20 de noviembre de 2009

N°32: Animales, plantas y humanos en Suiza

por el Prof. Alejandro Navas 
Fuente: unav.es 

“¿Va usted a adquirir un perro? A partir de 2010 deberá asistir previamente a un curso teórico. Y luego deberá realizar un entrenamiento práctico junto con su perro a lo largo del primer año. En él aprenderá a conocer las necesidades y el comportamiento de su perro”. 

Este texto forma parte del anuncio de una abogada suiza experta en derecho animal, que ofrece sus servicios a los futuros dueños de mascotas para asesorarles en la aplicación de la nueva ley protectora de animales. Esa ley, redactada a final de 2005, se promulgó en septiembre de 2008 después de haber sido aprobada en el Parlamento y en el correspondiente referendum popular, y comienza a aplicarse ahora. El trámite fue largo porque el asunto se trabajó a fondo, con rigor. El resultado es una reglamentación que a lo largo de más de cien páginas y de 226 artículos regula todos los aspectos imaginables de la vida de los animales domésticos, y eso que la ley se aplica en principio tan solo a los vertebrados (el Gobierno determinará a qué animales invertebrados se aplicará también, para lo que tendrá en cuenta las aportaciones de la ciencia sobre la capacidad sensible de estos animales). 

El objetivo de la ley, enunciado en su artículo primero, es bien sencillo: “proteger la dignidad y el bienestar de los animales”. El texto legislativo constituye una expresión antológica del perfeccionismo que se atribuye al carácter suizo. Por ejemplo, de los animales que viven naturalmente en grupo habrá que tener en las casas al menos dos ejemplares, para reproducir con la máxima fidelidad posible sus circunstancias naturales. Se legislan por supuesto las condiciones materiales en que se alojarán los animales, pero también el modo en que deben ocupar el tiempo

 Aplicar esa ley va a suponer un notable esfuerzo, incluso para un pueblo tan disciplinado como el suizo. El Gobierno ha optado en primera instancia por la divulgación a través de campañas informativas, pero no descarta que la policía lleve a cabo en el futuro registros domiciliarios para asegurar su cumplimiento
No se trataría de una novedad, basta pensar en el régimen implantado en su día en la Ginebra calvinista. En este caso la policía investigaba, por ejemplo, si los ciudadanos tomaban dulce en la comida a pesar de la prohibición: el postre se consideraba una amenaza para el orden social puritano. 

 Pero la pasión reguladora de los suizos no se detiene en el mundo animal y llega también a las plantas. La “Comisión Federal de Ética para la Biotecnología en el Ámbito Extrahumano” ha establecido que esa dignidad también corresponde a las plantas: “dañarlas de modo arbitrario es moralmente inaceptable”. Klaus Amman, antiguo Director del Jardín Botánico de Berna y ahora emigrado a Holanda, donde ha encontrado mejores condiciones de trabajo, declaraba: “En los Estados Unidos y en Australia, en Inglaterra y en Italia, los colegas se ríen de Suiza”. 

En honor a la verdad hay que reconocer que también se han dado reacciones elogiosas. Peter Singer, por ejemplo, pionero del movimiento de liberación animal, estuvo en Berna poco después de la promulgación de la ley y la alabó como un ejemplo para el resto del mundo. Según afirmó, una vez conseguida la emancipación de los negros, las mujeres y los homosexuales, ha llegado la hora de la liberación animal. Es admirable la fina sensibilidad ética que se percibe en esas iniciativas legislativas. Pero a uno le invade una sensación extraña cuando advierte que Suiza es a la vez el paraíso del suicidio asistido, donde el “turismo de la muerte” atrae a “clientes” de todo el mundo (eso sí, adinerados, que lo cortés no quita lo valiente y el negocio tiene sus exigencias irrenunciables). 

 Está bien que el gobierno se proponga paliar la soledad de las mascotas, pero ¿qué legislador se ocupa de los humanos entrados en años que aducen la soledad como motivo para pedir la muerte? ¿Cómo se explica que en tantos países el aprecio creciente por la vida animal o vegetal vaya unido al desprecio igualmente creciente por la vida humana?


El Chasqui
Córdoba, 18 de noviembre de 2009